En primer lugar voy a
destacar varias ideas principales. La primera, y que me parece una idea
esencial, es que el portafolio educativo debe
ser un instrumento y no un fin. Como herramienta educativa, es una forma expositiva útil en cualquier proceso de
enseñanza-aprendizaje. En este aspecto hay un elemento fundamental del
portafolio: las evidencias. A través de ellas realizamos un ejercicio no
sólo expositivo sino también reflexivo que se origina al seleccionar cuáles de
ellas son las más precisas en la descripción del proyecto. Son estas evidencias
las que permitirán la evaluación externa, tanto del proceso como de los
resultados. Este carácter expositivo permite una proyección del desarrollo
personal y académico del autor del portafolio.
Por otro lado el aspecto
reflexivo y autoevaluativo del portafolio. El carácter eminentemente reflexivo del portafolio impregna
cada uno de sus elementos. Desde la selección de estos elementos (objetivos,
contenidos, criterios de evaluación, evidencias, perfil…), esto es, el diseño
del portafolio, hasta los parámetros iniciales “dónde estoy” y “dónde quiero
llegar”, pasando por el proceso de retroalimentación y de reajuste del proyecto
y finalizando con el análisis de los resultados, germen de nuevos retos y
acciones futuras.
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